Con todas las cosas pendientes para ese día mi madre me dijo lo que le había sucedido y que posiblemente no podría ir a mi boda, algo triste pero sabía que primero estaba la salud de mi abuela Carmen.
Para no hacer el cuento largo, una vez en la recepción, mi esposa y yo nos dispusimos a saludar a todos los invitados a la fiesta, cuando llegamos a la mesa de mi abuela, ella traía un bastón y camina con mucha dificultad, me alegré de que pudiera haber ido y le pedí que no se levantara cuando fui a saludarla.
Ya en pleno baile al centro de la pista, me tocó ir al baño y cuando pase al lado de la mesa de mi abuela, cual fue mi sorpresa, estaba bailando como pirinola, mágicamente el esguince de tercer grado se había curado.